San Emeterio y San Celedonio
Santos Mártires de Calahorra (S. IV)

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El “Peristephanon” de Aurelio Prudencio 

El decreto de Diocleciano (303) que ordenaba destruir las actas de los procesos de la persecución iniciada en 297, en la que fueron martirizados san Emeterio y san Celedonio, ha impedido que conozcamos datos biográficos más completos de los jóvenes mártires. 

La fuente de todo lo que conocemos sobre los santos mártires es el Peristephanon del poeta calagurritano Aurelio Prudencio. En esta obra se nos dice de los Santos Mártires que eran dos legionarios a quienes llama hermanos, como siempre se les ha considerado, veteranos condecorados, muy unidos entre sí. De la narración puede deducirse que eran portaestandartes y que no tenían relación personal con Calagurris.

Dice que la persecución de 297, dirigida a eliminar a los cristianos del ejército, puso a estos legionarios ante el dilema de abjurar de su fe cristiana para adorar los dioses paganos o salir del ejército. Ante el menosprecio a su religión y la brutalidad del acoso, decidieron, con ánimo heroico, abandonar la vida militar y “dar a Dios lo que es propio de Dios”, por lo que inmediatamente fueron apresados, torturados y finalmente ejecutados en el termino del Arenal al lado del río Cidacos.

El prodigio de anillo y el pañuelo 

Aunque Prudencio reconoce que no existen datos concretos de los hechos que les hicieron mártires, sí narra cómo en el momento de la ejecución el anillo de uno y el pañuelo del otro subieron hasta perderse en el cielo a la vista de los asistentes y ante el estupor del verdugo.

Presenta este prodigio como el primero de los favores y milagros, que como signo de santidad y por su intercesión, se producen desde entonces en Calahorra y la convierten en un importante centro de peregrinación.

Prudencio presenta a los mártires, al lugar de su martirio y a sus restos, como un don divino para beneficio de la ciudad de Calahorra y protectores de sus fieles cristianos. 

La expansión del culto y devoción a los Mártires

El culto a san Emeterio y san Celedonio se difundió, en primer lugar, por la región que regía el obispo de Calagurris. Es decir, el extremo noroccidental de la provincia Tarraconense del Imperio. Hay indicios de que entre los siglos V y IX se les rindió culto en pequeños núcleos rurales de ese territorio en las actuales Rioja, Navarra, Álava, hasta Burgos. 

También fueron venerados en muchos lugares de Cantabria, seguramente por las reliquias de sus cabezas depositadas en Santander. Su culto también se extendió mucho en Asturias, a donde pudo llegar con los obispos de Calahorra que residieron en la corte de Oviedo. La difusión en Navarra está relacionada con la natural y antigua relación con Calahorra, y con las reliquias conservadas en el influyente monasterio de Leire

Las dos fiestas patronales

El día 3 de marzo se conmemora el día del nacimiento de los Santos a la Gloria a través del martirio y el día 31 de agosto, que es desde el siglo XVI la fiesta principal, se celebra el patronazgo y su protección sobre la catedral, sobre la diócesis y sobre la ciudad de Calahorra.

La doble celebración es muy antigua. Desde muy temprano se fijó el 3 de marzo como aniversario del martirio y fiesta solemne de los Santos. En el siglo IX, el martirologio de San Jerónimo dice que ambas celebraciones – martirio y traslado- tenían lugar el día 3 de marzo.

Nuestros santos mártires también son los patronos de la diócesis de Santander en la que cada 30 de agosto se celebra la fiesta de san Emeterio y san Celedonio, con una liturgia solemne y procesión de las reliquias que se conservan en la cripta de la Catedral. 

Himno VIII del Peristephanon de Aurelio Prudencio. 

“Éste fue el lugar elegido por Cristo para purificar los corazones con el agua del bautismo y elevarlos hasta el cielo, una vez probados con el bautismo de sangre.

Aquí, dos hombres valerosos, muertos en nombre del Señor, sufrieron el
martirio de sangre en una muerte hermosa.
Aquí también mana el perdón divino de una límpida fuente y diluye las
viejas culpas con su corriente nueva.
Quien desee subir al eterno reino del cielo, venga sediento a este lugar. El
camino está ya preparado.
Antes subían a los encumbrados palacios los mártires coronados; ahora se
dirigen a estos excelsos lugares las almas purificadas por el bautismo.
El Espíritu santo, que solía descender, con su eterno vuelo, para otorgar la
palma del triunfo, concede ahora aquí el perdón.
Bebe la tierra el rocío sagrado, del agua o de la sangre; impregnada por
Dios, la destila continuamente en abundancia.
Señor de este lugar es el mismo de cuya herida en ambos costados fluyó,
vertida, de un lado la sangre, y, del otro, el agua.»

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